Decálogo
de la Carta Apostólica de Juan Pablo II “Dies Domini” sobre la eucaristía y el
domingo
El Domingo nos recuerda la
resurrección del Señor
I.- El domingo se celebra
la victoria del Cristo
El DÍA DEL SEÑOR -como ha sido
llamado el domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la
historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación
con el núcleo mismo del misterio cristiano.
En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el
día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en la que
se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en
él de la primera creación y el inicio de la “nueva creación”. Es el día de la
evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez la
prefiguración, en la esperanza activa, del “último día”, cuando cristo vendrá
en su gloria y “hará un nuevo mundo”…
II.- No convertir el domingo en “fin de semana”
Se ha consolidado ampliamente la práctica de “fin de semana”, entendido
como tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la vivencia habitual, y
caracterizado a menudo por la participación en actividades culturales,
políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general precisamente con
los días festivos.
A los discípulos de Cristo se pide que no confundan la celebración del
domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el
“fin de semana”, entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso y
diversión.
III.- El domingo Día de fe y de la esperanza
El domingo es por excelencia el día de la fe. En la asamblea
dominical, los creyentes se sienten interpelados como el apóstol Tomás: “Acerca
aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y nos seas
incrédulo sino creyente”. Sí, el domingo es el día de la fe. Lo subraya el
hecho de que la liturgia eucarística dominical, así como la de las solemnidades
litúrgicas, prevé la profesión de fe, el “Credo”.
Si el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza
cristiana. En efecto, la participación en la “cena del Señor” es
anticipación del banquete escatológico por las “bodas del Cordero”. Al celebrar
el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana
está a la espera de la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.
IV.- La Misa dominical
La Misa es la viva actualización del sacrificio de la Cruz. Bajo
las especies de pan y vino, sobre las que se ha invocado la efusión del
Espíritu Santo, que actúa con una eficacia del todo singular en las palabras de
la consagración, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con
que se ofreció en la cruz. “En este divino sacrificio, que se realiza en la
Misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez y de manera cruenta
sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera incruenta”.
La Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando participan en la
Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y,
si fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios
mediante el Sacramento de la reconciliación.
V.- Obligación de ir a Misa y La Misa por Radio y Televisión
El Código actual dice que “el domingo y las demás fiestas de precepto
los fieles tienen obligación de participar en la Misa”. Esta ley se ha
entendido normalmente como una obligación grave.
Los pastores recordarán a los fieles que, al ausentarse de su residencia
habitual en domingo, deben preocuparse por participar en la Misa donde se
encuentren.
En muchos países, la televisión y la radio ofrecen la posibilidad de
unirse a una celebración eucarística. Obviamente, este tipo de transmisiones no
permite de por sí satisfacer el precepto dominical, pero para quienes se ven
impedidos de participar en la Eucaristía y están por tanto excusados de cumplir
el precepto, la transmisión televisiva o radiofónica es una preciosa ayuda.
VI.- Día de la alegría
El domingo, eco semanal de la primera experiencia del Resucitado, debe
llevar el signo de la alegría con la que los discípulos acogieron al Maestro:
“Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
Ciertamente, la alegría cristiana debe caracterizar toda la vida, y no
sólo un día de la semana. Pero el domingo, por su significado como día del
Señor resucitado, en el cual se celebra la obra divina de la creación y de
la “nueva creación”, es día de alegría por un título especial, más aún, un día
propicio para educarse en la alegría, descubriendo sus rasgos auténticos.
VII.- El descanso es una cosa sagrada
La alternativa entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana,
es querida por Dios mismo, como se deduce del pasaje de la creación en el Libro
del Génesis: el descanso es una cosa “sagrada”, siendo para el hombre la
condición para liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de los
compromisos terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios.
Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el
domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una mirada
regenerada sobre las maravillas de la naturaleza.
VIII.- El domingo, escuela de caridad
No sólo la Eucaristía dominical sino todo el domingo se convierte en una
gran escuela de caridad, de justicia y de paz. La presencia del Resucitado en
medio de los suyos se convierte en proyecto de solidaridad, urgencia de
renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de pecado en las que
los individuos, las comunidades, y a veces pueblos enteros, están sumergidos.
IX.- El domingo nos revela el sentido del tiempo
Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que se recuerda y se hace
presente el día en el cual Cristo resucitó de entre los muertos, es también el
día que revela el sentido del tiempo. El domingo, brotando de la Resurrección,
atraviesa los tiempos del hombre, los meses, los años, los siglos como una
flecha recta que los penetra orientándolos hacia la segunda venida de Cristo.
X.- El cristiano no puede vivir su de sin participar en la Misa
dominical
Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede
vivir su fe, con la participación plena de la comunidad cristiana, sin tomar
parte regularmente en la asamblea eucarística dominical. Descubierto y vivido
así, el domingo es como el alma de los otros días. De domingo en domingo, el pueblo
peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace
particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima
Trinidad.
(Texto adaptado por Jesús de
las Heras, sobre un trabajo de Alberto García Ruiz, fundador de “Mensaje del
Papa”)
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